viernes, 14 de marzo de 2008

EL MOSNTRUO HA MUERTO, CHILE ES UN PAÍS LIBRE

JAVIERA PARADA ORTIZ

La verdad que la frase no es mía, si no de una querida amiga mía que me regaló ese mensaje de texto tan certero y que encerraba tantas, tantas historias juntas y verdaderas, horas después de la muerte de Pinochet.
La muerte del dictador me pilla en la Patagonia argentina. Ando aquí con Gloria Konig, directora de la Fundación Victor Jara y a quien conozco de los años del Festival Victor Jara, que hacíamos en tiempos feroces de dictadura, en Ciencias de la Chile, con los pacos esperando afuera, con frío y pocos medios, pero con la fuerza, el calor y el convencimiento que daba la solidaridad y la resistencia en esos días.
Andamos mirando lugares para traer la exposición “Victor Jara le canta al mundo”, organizada por la Dirección de Cultura de Asuntos Culturales del Ministerio de RR.EE. y la Fundación Victor Jara y que contó con el apoyo de la Presidencia de la República.
Como ha cambiado Chile… nuestro Chile.
Nací en un país en dictadura, el año 1974. Mi madre me tuvo que aguantar en la guata a golpe de inyecciones, porque yo me resistía a nacer en un país que se había sumido en el horror. Mi nombre tuvo que ser cambiado (lo que me salvo de ser una hippy declarada!) de Paz a Javiera Paz, ya que mis padres, presintiendo la barbarie que venía, se negaron a ponerme Paz Parada, les parecía un chiste de mal gusto… y cómo tenían razón.
Crecí en un Chile en dictadura: A mi abuelo, Fernando Ortiz, lo detuvieron el 15 de Diciembre de 1976 –este viernes se cumplirán 30 años de su desaparición!!!- y nunca más supimos de él. Su crimen? Ser parte del Comité Central del Partido Comunista. Nunca empuñó un arma y dedicó su vida a la investigación y a luchar por la dignidad del ser humano. Era razón suficiente, para los que no vivieron esos años, para ser, no sólo detenido, si no también terriblemente torturado. Más aún, para perder el derecho a ser enterrado, recordado y nombrado. Ese es el Chile en el que nací. Mi abuelo durante su clandestinidad, pasaba caminando frente al departamento donde mi familia se había agrupado después del golpe, sólo para verme desde la calle sentada en el balcón, jugando inocente al terror que se había desatado. Era su primera nieta y no podía gozar de tenerme en sus brazos. Ese era el país de Pinochet.
Conocí a la mitad de mi familia casi en la mitad de mi vida. Muchos de ellos tuvieron, para evitar ser asesinados, que partir al exilio. Incluso mi tío Pancho Díaz, quien no podrá ver la muerte del tirano, la primera vez que volvió, cuando lo esperábamos junto a mis hermanos sin conocerlo, con carteles en el aeropuerto, tuvo que devolverse porque ni aún saliendo en las listas que permitían el retorno, fue autorizado a entrar a su país, este terrible y hermoso Chile nuestro.
Pero ahí no acaba la tragedia ya no griega, si no chilena, en la que el dictador sumió a nuestra familia, como a tantas y tantas otras. Perdonen si el tono es demoledor, pero es que aún hoy hay días que me pregunto como no nos volvimos todos locos.
Después de pasar mi infancia acompañando a mi madre a las reuniones de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, donde conocí la dulzura de mujeres como Sola Sierra, Viviana Díaz y la Sra. Ana González, de jugar con otros niños que tampoco sabían dónde estaban sus abuelos, sus padres, sus madres, nuestros tíos; después de acompañar a mi papá tantas veces a la Vicaría, donde yo, con mis pocos años, entendía que él trabajaba con personas a las que se le estaban negando sus derechos mínimos; después de haberme acostumbrado a recibir a nuevos compañeros en el colegio que volvían del exilio, muchas veces iniciando el suyo propio; después de haberme acostumbrado al miedo de subir a casa justo en el limite del toque de queda, lleno el camino de militares con la cara pintada; después de haber aprendido a vivir rodeada de todo eso; llegó el golpe con el cual, hasta el día de hoy no he aprendido a vivir, ni aprenderé en la vida. Mi papá, mi papá que cada noche subía –mi papá que había pasado el día con gente sobrevivientes, con suerte, del horror- a contarme un cuento inventado, porque no valía si lo leía; mi papá que en las noches salía a regar el jardín con mi pequeñito hermano Antonio en su cintura, pues era El momento en el que podía estar con él; mi papá que se encerraba con nosotros los domingo en la cocina a inventar platos de cocina, lo que significaba lavar después toda la cocina pues normalmente nuestras recetas inventadas explotaban; mi papá, ese lindo pelado papá, fue secuestrado de la puerta de nuestro colegio junto a Manuel Guerrero, su amigo y profesor del colegio. Durante el secuestro, 5 minutos después de la hora de ingreso de los niños, balearon al Tío Leo, que intentó salvarlos. Secuestraron y dispararon a mansalva en las puertas de un colegio. La policía de Pinochet, por ordenes de Pinochet y sus secuaces.
Recuerdo cuando mi madre me fue a buscar horas después que había pasado todo esto. Cuándo la ví supe que habían cogido a mi padre. Lo único que le pedí, con lagrimas en los ojos, fue que por favor encontráramos a mi padre. Que por favor no fuera a ocurrir lo mismo que con mi abuelo. Ese era el país de Pinochet, rogábamos por encontrarlos, ya ni siquiera por encontrarlos vivos.
Ese es el país que hizo Pinochet y su terrible dictadura. Y se atreven a pedir Funerales de Estado!!!!
Como me dijo otro gran amigo que fue la segunda persona que me llamó, “el viejo hizo perro muerto”, se fue sin pagar por sus crímenes. Pero la historia ya lo está juzgando. Este país y el gobierno han dicho que quien tanto dolor produjo no puede ni debe contar con honores de Estado. La Historia ya lo está juzgando, me llaman no sólo de Chile para celebrar su muerte, si no de todo el resto del mundo. Todos quieren festejar con nosotros que el monstruo a muerto.
Volveré, por primera vez en mi vida, a un Chile sin Pinochet, no saben cómo se me ha alivianado el alma.
Viva Chile Libre, Pinochet ya es parte de la historia!!!!

No hay comentarios: